Sí. Ya lo sé. Soy un cascarrabias. Me lo dicen en mi casa todos los días. ¡Cómo se me ocurre llamar cansina a una iniciativa tan bienintencionada como la lucha contra el desperdicio!

Pues sí. Estoy cansado de la utilización política del tema, de las llamadas inquisitoriales de algunos periodistas y medios, de los foros, congresos y concursos de ideas para afrontar esta “nueva amenaza a la concordia mundial”.

Sobre todo estoy cansado porque ya andamos buscando culpable (un diferente culpable según sea la ideología del acusador) del “inaceptable y ofensivo desperdicio de alimentos”.

Cansado de titulares como el siguiente: “Un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano se desperdicia en todo el mundo, lo que equivale a cerca de 1.300 millones de toneladas al año.”

Porque la realidad siempre es más compleja que un titular maniqueo.

Por supuesto que todos estamos en contra del desperdicio. Faltaría más. Pero estoy radicalmente en contra de “toda persecución de las prácticas que generan desperdicio” (como decía otro titular).

Son este tipo de persecuciones, en torno a una idea que todos podemos compartir, las más dañinas y peligrosas porque obvian la realidad, para basarse en los sentimientos.

Porque no sé si lo saben, pero a la producción agrícola (específicamente, en el subsector de las frutas y hortalizas en los países desarrollados) se nos acusa de generar el 50% de este desperdicio (ver el siguiente gráfico sacado de uno los primeros estudios editados por la FAO -Estudio realizado para el congreso internacional SAVE FOOD! en Interpack 2011 Düsseldorf, Alemania-)

 desperdicio en FYH

Es decir, se desperdicia el 45% de las frutas y hortalizas, y la fase agrícola de producción es responsable del  50% de esas pérdidas. Y por lo tanto (según la sesuda experiencia de algunos), “es necesario pedirnos explicaciones y solicitarnos conocer las iniciativas que estamos tomando, al respecto, para reducir el inaceptable y ofensivo desperdicio alimentario”.

Pues bien, en este negocio llevamos toda la vida tratando de maximizar el porcentaje de productos válidos para la venta y comercialización. Básicamente, porque si no lo hiciéramos no tendríamos trabajo. Cualquier merma es DINERO y somos especialistas en conseguir sobrevivir al límite con muy poco dinero.

Pero más allá del alegato, déjenme desmotar los argumentos con el caso de un amigo y productor/comercializador de zanahorias en los EEUU (al ser lejano no comprometo a nadie).

Las zanahorias se recolectan con máquina y debido a esto, se producen una gran cantidad de daños mecánicos en ellas (grietas, cortes, partidas, rozaduras y etc.). Hasta un 30% de estas zanahorias están lo suficientemente dañadas para no comercializarlas por dos aspectos claros: daños estéticos y posible desarrollo de pudriciones.

¡OH! ¡Horror! ¡Inaceptable! ¡Suprimamos estás prácticas!

Sí, claro. Volvamos a recolectar las zanahorias a mano para que vayan perfectas y sin daño, y el coste será tan inasumible que sólo comerán zanahorias los ricos pero, eso sí, “habremos reducido el inaceptable desperdicio alimentario”.(léase, lo anterior, con entonación altamente irónica)

Pero ahondando en la cuestión, ¿todas estas zanahorias se tiran a la basura? Pues NO. Una parte, va la industria (del congelado, las conservas, etc.). Otra parte, va a la alimentación animal. ¿Es esto algo excepcional y sólo para la industria de las zanahorias? Pues otra vez, no.  El aprovechamiento de colas de cosecha y de frutos con defectos es generalizado en todas las frutas y hortalizas. Recuerden: congelados, conservas, mermeladas, purés, sopas, salmueras, zumos, concentrados, salsas, etc. ¿De dónde creen que salen?

Por favor pongamos el foco mediático y las campañas en el “despilfarro alimentario” y no en el supuesto desperdicio en las fases agrícolas, porque les aseguro que maximizar el producto y minimizar las pérdidas para conseguir alimentar a todos los consumidores a un coste razonable es, desde siempre, nuestro trabajo.