El proteccionismo de los productos agrícolas ha sido siempre tema de intenso debate. Tanto en las sucesivas rondas del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) como tras la puesta en marcha del OMC (Organización Mundial del Comercio), los debates más enconados sobre liberalización del comercio siempre han versado sobre los productos agrícolas. Así sigue siendo y probablemente se van a exacerbar debido a las previsiones de futuro (demográficas y productivas) que analizaba en un artículo anterior (La noticia que cambia el mundo no aparece en los medios).

La última ronda de negociaciones se saldó in extremis, en el año 2013, con un paquete de mínimos en los Acuerdos de Bali respecto de las medidas más ambiciosas planteadas en la anterior Ronda de Doha. Para la próxima, el conflicto está donde siempre: el nivel de subsidios a la agricultura local, el libre acceso al mercado y las subvenciones a la exportación.

A saber, los grandes productores de países desarrollados se quejan del acceso a los mercados y las barreras arancelarias. Y los países productores en vías de desarrollo se quejan de los subsidios directos o indirectos y de las subvenciones a la exportación que practican los ricos.

Debido a las barreras, en algunos de estos países en desarrollo es casi imposible comerciar con algunos productos. Pero qué decir de los ricos, si hasta los USA reconocen un apoyo del 40% al azúcar.

Los gobiernos de los países en vías de desarrollo tienen miedo de las consecuencias dramáticas para su población de la volatilidad de los precios. Si suben los precios, la población pasa hambre y si bajan, los agricultores (la mayoría de la población) se arruinan.

En cambio, en países ricos las razones que llevan al proteccionismo son, también, muchas pero diferentes: evitar despoblación y abandono de zonas rurales, soberanía alimentaria, contentar al lobby agrario, mantenimiento de los puestos de trabajo, apoyo a la cultura gastronómica local, soporte de la industria alimentaria, etc.

Es cierto que el progresivo desmantelamiento de barreras comerciales parece haber creado unos mercados mundiales más estables, pero nos adentramos en un mundo desconocido que todos temen. Como decía en un artículo anterior: “quien controla los alimentos controla el mundo”.

proteccionismo

Así que, por si acaso, los gobiernos del mundo llevan tiempo ensayando nuevos tipos de medidas proteccionistas que puedan implementar si las cosas se ponen feas.

Una alternativa que quiere contemplarse en las próximas negociaciones es la famosa SSM (Special Safeguard Mechanism) o mecanismo de salvaguarda temporal/especial.  Mediante su aplicación los países podrían protegerse transitoriamente de una grave alteración de los mercados.

Son, también, ampliamente conocidas las “medidas fitosanitarias” y el abuso que algunos países hacen de ellas…Es decir que, si me molestan las importaciones de algún producto, casualmente, mi servicio de protección de aduanas encuentra “una mosca” de la que hay que “protegerse” y se detiene toda la importación.

Pero de lo que de verdad quería hablar es de otro tipo de medidas que se están poniendo en marcha y que se salen del “radar de la supervisión de mercados”.  Un buen ejemplo de cómo no se para de “innovar” en esto de apoyar las producciones propias, es el uso de la energía y su fiscalidad.

Específicamente los países del norte, centro y oeste de Europa, que son grandes productores hortícolas, han venido usando, tradicionalmente, diversas fiscalidades especiales para el consumo de gasóleos, gas natural, carbón y etc. llegando incluso a la exención completa de impuestos.

Un paso más se dio hace unos años permitiendo licenciar a las explotaciones agrícolas como productores de electricidad en un régimen especial. El tema va así; como complemento de ingresos el estado me propicia instalar un sistema de cogeneración (quemamos gas en una turbina) que produce electricidad (pagada con una prima especial) y uso el calor residual para calentar el invernadero.

Con el gas natural convenientemente subvencionado, el sistema fue tan exitoso, en algunas campañas, que la venta de electricidad a la red era el ingreso principal y los tomates eran el verdadero subproducto de la explotación agrícola.

Una distorsión del mercado en toda regla y tan potente que todo el mundo (la UE, los países vecinos) empezó a protestar, empezando por los agricultores a los que nos les habían concedido las licencias (por no tener acceso a nodo de conexión a red o por dimensión insuficiente).

Pero no creerán que la cosa se quedó ahí. No se iba a desmontar el invento, sino que se maquillaba dejando que el gas se comprara en un mercado “liberalizado”. Como el invento era ampliamente copiado (hasta Andalucía sacó un decreto al respecto) y surgían críticas medioambientalistas (al fin y al cabo, se queman combustibles fósiles “a porrillo” para competir con zonas del sur que no lo necesitan), el legislador siguió “innovando”.

La última iniciativa es el culmen de los biempensantes. Francia (aunque no solo este país) está promoviendo invernaderos que producen electricidad mediante placas solares.

La teoría es la siguiente…construimos invernaderos con placas fotovoltaicas en el techo con una inclinación suficiente para dejar pasar los rayos del sol y cultivamos en la superficie del área cubierta.

La práctica es esta otra… el invernadero lo construye un fondo de inversión atraído por las atractivas primas a la “electricidad verde”,  como necesita un agricultor para que le concedan la licencia, lo busca y le ofrece el invernadero “gratis” (bueno… el mantenimiento sí tiene que pagarlo). El agricultor se ilusiona con una situación de partida de costes ínfimos (comparado con los otros agricultores que invierten 1 millón de euros/ha de invernadero de cristal) aunque pasado un tiempo, se da cuenta de que los maravillosos estudios de viabilidad son un camelo, pues los paneles solares sombrean y no dejan pasar la suficiente intensidad solar para obtener cultivos sanos.

Como se puede ver, el tema de la energía es tan decisivo que los gobiernos andan encargando informes (ver aquí) para comparar costes, impuestos y estructuras de apoyo con países competidores (dentro de la UE) para así alterar convenientemente las reglas de juego y beneficiar a sus productores.

Y nosotros, mientras, preocupados por desarrollar nuevos productos, por actualizar nuestras medios de producción y en definitiva por ser más competitivos en un “mercado libre”. Por favor, no nos sigan haciendo trampas porque al final será inevitable que nos volvamos unos cínicos y nos centremos en lo que da réditos (subvención, ayudas y parches).

Y ahora a esperar a ver cuál es la próxima innovación legislativa…que nos destroza el negocio.