Desde que me embarqué en la aventura de usar las redes sociales para uso profesional, me propuse que nunca escribiría enfadado, frustrado o con mi ánimo alterado. Y claro, no es nada fácil. El negocio de la hortofruticultura, y por extensión el de los agronegocios, da temas y puntos de vista tan contrapuestos que hay que “templar gaitas” antes de saltar sobre la noticia.

Para el seguimiento de la actualidad de nuestro sector tengo una de estas aplicaciones que recoge y filtra, con palabras y temas clave, las noticias y artículos que aparecen en la red. Hace unos días, mientras repasaba el “feed” de la aplicación llamó mi atención un artículo con uno de esos temas recurrentes; el de “los salvadores del mundo”.

La revista Vogue (estilo, diseño, moda, cultura, glamour, etc.) hablaba de tomates y esto ejercía una atracción irresistible. Tenía que leer el artículo.

¿Cómo era posible que una revista de este tipo se interesara por los modestos tomates?

El título, “How a French Prince Is Saving the World From Tasteless Tomatoes” (Cómo un príncipe Francés está salvando al mundo de los tomates insípidos), ya ponía altas las expectativas. Y claro, su lectura completa terminó por frustrarme.

El artículo merecería un sketch del afamado dúo cómico Pantomima Full. Para empezar tenemos a un supuesto príncipe de Francia (recordemos, Francia es una república) que recibe a los entrevistadores en su majestuoso Château apoyado en una hilera de plantas de tomate (ver foto en el artículo de Vogue) y vestido con pantalones de lino color “aguamarina” y pañuelito a juego en el chaleco mientras se disculpa por ir descalzo porque, él, siempre va descalzo.

La cosa pintaba mal desde este primer párrafo y la foto que lo acompañaba. Tenemos a un acomodado de la nobleza, en una casa señorial, vestido en plan “arreglao pero informal”, con la piel sonrosada y las manos suaves y con “un postureo” que huele a una legua… y este es el “pollo” que va a salvar el sabor de los tomates.

Bueno, seguiremos leyendo. A veces, las cosas no son lo que parecen y no hay que ser prejuiciosos- me dije.

Llegado este punto, mejor lo leéis vosotros. Este “pollo” no vive de la producción agrícola. No se va a jugar sus cuartos en su “micro-granja” porque realmente es un activista, un organizador de eventos, un publicista y un escritor que, en el artículo, publicita convenientemente su último libro: “Alimenta el Planeta: Deyrolle para el futuro”.

Este señor en mi pueblo duraría un rato; pero claro, en mi pueblo “la tontería” te la quitan a “restregones” (expresiones sarcásticas tipo: “siiiií, hijo, que ya sabemos que tú eres muuuu listo y muuuu relimpio, pero vas siempre descalzaooo en el campo”) desde pequeñitos.

En fin, que sí existen los que van a salvar el sabor/es del tomate; pero que no salen en Vogue. Los investigadores que han secuenciado el genoma del tomate, las universidades que están investigando los componentes volátiles del aroma que definen el sabor, las empresas de semillas que desarrollan mejoras, los genetistas repartidos por todo el mundo, los obtentores, los mejoradores, los 1750 bancos de germoplasma en más de 100 países para salvaguardar la diversidad genética y un largo etcétera.

Me pregunto, desde mi alma marketiniana, qué debemos hacer para que estos investigadores y profesionales ganen la batalla de comunicación. Para que aparezcan épicamente en las revistas y los periódicos. Yo veo “material” (como en el caso de las espectaculares instalaciones de Svalbard – la copia de seguridad del germoplasma mundial que ilustra este artículo. Foto: Riccardo Gangale)

Pero ¡oye!, a lo mejor hay que “posturear un poco”. Pero sólo un poco, ¡ehh!, que luego parecemos ridículos.

Y de esto, seguro que trataremos en un próximo artículo. De cómo en el marketing de gran consumo “postureamos” (también somos culpables) con los temas de moda para “arrimar el ascua a nuestra sardina”. ¡Qué digo! Pero si de esto ya he hablado en el artículo sobre las verduras prohibidas.