En el año 1996 comenzaba mi carrera profesional en el subsector agrario de las frutas y hortalizas en fresco. Por aquellos tiempos, era un recién licenciado ingeniero agrónomo buscando las mejores alternativas profesionales. De entrevista en entrevista, trataba de visualizar mi futuro y la orientación profesional que debía, y podía, darle a mis estudios.

En una de estas entrevistas, tuve el placer de conocer en Valencia a un “naranjero de toda la vida”. El empresario en cuestión (permítanme que omita su nombre) tenía una empresa mediana pero de larga trayectoria histórica en la Comunidad Valenciana.

La entrevista fue intensa, larga y a veces contundente. Las preguntas se sucedían rápidamente denotando la agilidad mental del entrevistador (a pesar de su avanzada edad) y su fuerte carácter. Un carácter amable pero firme, muy seguro en sus afirmaciones y propio del que ha pasado por casi todo y ha sobrevivido con su propio esfuerzo. Hacia el final de la entrevista, me dijo en un tono neutro:

  • ¿Me permites una última pregunta?
  • Por supuesto señor, dígame.
  • ¿Tienes algún historial de enfermedad mental en tu familia?

crazy

Ni que decir tiene, que la pregunta se aparta del guión de una entrevista de trabajo y que atentaba contra la privacidad personal y la corrección debida. A lo cual respondí:

  • Oiga usted, ¿cómo se atreve a sugerir tal cosa? No le permito que me haga ese tipo de preguntas. Yo he venido aquí a solicitar un trabajo y no a la consulta de un médico.

El señor empresario, en cuestión, no pudo evitar una sonrisa de soslayo, que todavía aumentó más mi enfado.

  • No te pongas así, no es para tanto -dijo él.
  • ¿Cómo que no es para tanto?…-balbuceé yo.
  • Mira hijo, la pregunta es totalmente procedente. Si quieres trabajar en este oficio, debes saber que es un negocio de locos y para locos. De hecho, tener antecedentes familiares de esta enfermedad mental sólo obra en tu descargo pues, por lo menos, le podrás echar la culpa a alguien.

Evidentemente no conseguí el trabajo y tampoco lo hubiera aceptado si me lo hubieran ofrecido. Con el tiempo, me he dado cuenta, de que aquel día, alguien, decidió impartirme la primera lección importante de este negocio pero no la metabolicé hasta tiempo después. Es, como las verdades incómodas que los padres nos dicen cuando somos niños. Los niños (en este caso, los inexpertos) no queremos creer lo que nos dicen los padres y pensamos que son unos carcas. Según el famoso refrán: “Nadie escarmienta en cabeza ajena”.

La hortofruticultura es un mundo desconocido para el gran público. Un mundo que contiene un universo de individuos empleados  desde la plantación de un cultivo hasta que sus frutos llegan a la mesa.  Un mundo de desvelos y en el que el “plan nunca se llega a cumplir”.

Un mundo del que tengo la ambición de poder desvelar, de enseñar y de homenajear a los hombres y mujeres de este negocio (empezando por este Blog).

Este Post está dedicado a todos esos locos de remate que trabajan en este negocio. A todos, los que suelen maldecir su suerte por trabajar en este sector, pero no hacen nada para buscar trabajo en otro sitio. Porque, lo reconozcan o no, están afectados de una enfermedad mental, que encima es transmisible al estilo de un brote psicótico colectivo.

Este Post está dedicado a estos locos que son los mejores profesionales que conozco. Los mejores negociadores no están en la bolsa, están en la hortofruticultura. Los mejores jefes de producción no están en la industria automovilística, está en las plantas de acondicionamiento de los productos frescos. Los trabajadores más abnegados y peor pagados no están en otro sector, están en este. Y aun así, aquí siguen… ¡Bendita locura!