Empecé mi carrera profesional en el sector hortofrutícola en programas de control fitosanitario internacionales y en control de calidad.
Ambos trabajos, sobre el papel, parecían un buen punto de partida y de una complejidad accesible a mis conocimientos y capacidades. Por un lado, había que leerse la legislación y el protocolo fitosanitario y por otro, las especificaciones y las tolerancias.
La aplicación práctica de esa aproximación simplista fue el primer golpe de bienvenida a la tremenda complejidad del negocio. La transición del “tan difícil no será” al “Dios mío, esto no hay quien lo maneje”, fue instantánea.
Específicamente, en el control de calidad hay que lidiar con la tremenda heterogeneidad de las frutas y hortalizas. Para ello, las normas de calidad nos proveen de especificaciones y tolerancias aplicables por producto y defecto. Pero se produce un curioso efecto de “los arboles no te dejan ver el bosque”.
Como la defectología es dinámica y la percepción de lo aceptable es motivo de negociación comercial ante la enorme heterogeneidad, los equipos de control de calidad terminamos perdiendo la perspectiva y la objetividad.
Que en la dinámica comercial se acepte suavizar (o restringir) defectos secundarios, incide en la calibración del “aparato de control” más importante, el profesional de aseguramiento de la calidad.
El profesional necesita permanentemente recalibrarse para tener un criterio de qué es calidad más allá de las mediciones y los porcentajes de los defectos que está tomando durante el control de calidad.
Esa fue una de mis primeras enseñanzas en el sector y me lo trasmitieron otros controladores de calidad del puerto en el que trabajaba en forma de heurística (una regla simple e intuitiva para tomar decisiones).
Me decían… “más allá de lo que pongas en el informe del control y lo que te dé al final, si quieres saber la calidad real (percibida) del lote dale un vistazo de conjunto y piensa a quién de tu familia se lo llevarías”.
El test del pariente te dice que:
«Calidad Extra es lo que llevarías a tu madre, tu padre o tu querida abuelita. Calidad Primera es lo que llevarías al resto de tus parientes o amigos sin atisbo de dudas de avergonzarte. Y Calidad Segunda no lo llevarías a nadie que estimes»
El test del pariente te reequilibra el criterio. En épocas de gran profusión de defectos se tiende a la aceptación. Admitimos y relajamos nuestro criterio: “no voy a anotar este o este otro que son pequeños”. Y en épocas de gran calidad de la fruta, nos vemos impelidos anotar cosas: “esta pequeña mancha o este pequeño marcado”.
Este es un tobogán por el que nos deslizamos fácilmente perdiendo la perspectiva. Pero el test del pariente viene al rescate. Da un paso atrás, mira el lote en conjunto y piensa a quién le llevarías una de esas cajas con alegría. Y si no cuadra con tus anotaciones, tenemos un problema.
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