Uno de los lemas de los ingenieros agrónomos y por extensión del sector agrícola es: “Sine agricultura, nihil” (Sin Agricultura, nada). Aunque parece que habremos de acostumbrarnos a aceptar que el adagio ha quedado revisado a: “Sin Sostenibilidad, nada”.

Entre los profesionales del sector ya estaba plenamente aceptado que el difuso concepto de sostenibilidad iba ser definitorio de nuestro sector en un futuro próximo.

En un anterior artículo, Nuestro Grinch Navideño, avisaba de lo que estaba por venir. Las autoridades europeas estaban diseñando la nueva PAC con un gran condicionante: la supeditación de la Política Agraria Común al Pacto Verde Europeo (European Green Deal)

Es decir, que los objetivos tradicionales de la PAC (alimentos sanos, abundantes y baratos y mantenimiento de la renta agraria) se han de conseguir mediante unos requisitos previos: los objetivos medioambientales de Europa.

Pues bien, el pasado 20 de marzo se desvelaba finalmente la hoja de ruta de la Comisión Europea de este profundo cambio estratégico mediante lo que han dado en llamar: estrategia From Farm to Fork.

No es sorprendente que las reacciones del lobby ecologista hayan sido favorables, mientras que las del lobby agrario de gran preocupación.

Evidentemente, llega en un momento difícil. El sector agrario lleva un tiempo de protestas generalizadas en los principales países europeos y a ello se han unido las grandes incertidumbres de la crisis económica que está produciendo la pandemia del COVID19.

Por otro lado, ya se anticipaba una fuerte reducción del presupuesto dedicada a la PAC y pero es que, ahora, además, un 40% de este presupuesto será para medidas medioambientales.

El sector percibe que una elevación de los requisitos para cultivar provocará un incremento generalizado de costes que serán incapaces de trasladar al consumidor final. Es decir, que cualquier nuevo requisito (que además no se aplica a la importación de países terceros) nos lleva a una crisis competitiva que compromete la supervivencia.

Para entenderlo os detallo algunos de los puntos del documento:

  • Reducción del uso de pesticidas del 50% hasta el 2030.
  • Reducción del uso de fertilizantes del 20% hasta 2030.
  • Reducción del uso de antimicrobianos (antibióticos) del 50% hasta 2030.

Podéis seguir los diferentes puntos de vista en la prensa especializada y las notas oficiales de los representantes del sector. Las opiniones van desde la necesidad de incluir la sostenibilidad y limitar el daño al medioambiente, al enfado por el “ninguneo” al sector.

Me encantaría hacer una evaluación (opinativa) de cada una de las medidas pero tendríamos para 7 o 8 artículos; así que, permitidme que me centre en uno de los aspectos menos comentados. El documento de trabajo propone otro objetivo que parece no haber creado tanta polémica: “El compromiso de desarrollar la producción ecológica hasta el punto de llegar a copar el 25% de las tierras agrícolas en 2030”.

Según EUROSTAT, el total de tierras agrícolas de cultivo ecológico, en 2018, era del 7.5%. La aplicación del objetivo significaría más que triplicar la superficie actual dedicada a la producción ecológica en los próximos 10 años.

El fomento de la agricultura ecológica con fondos públicos no es nuevo. Llevamos años de aplicación y preferencia de este tipo de agricultura en todos los niveles de las distintas administraciones que nos gobiernan.

De vez en cuando alguien alza la voz y cuestiona “esto o lo otro” pero, en general, goza de buena reputación. Los lobbies medioambientalistas contentos, los agricultores ganan algo más (aunque no siempre), un grupo de consumidores lo prefiere. Así que, “miel sobre hojuelas” para la iniciativa política y el incentivo público.

No vais a encontrar mucha critica tampoco por mi parte. Me encanta la producción ecológica, aunque habría mil matices que hacer (y los profesionales, los hacemos. Ver algún otro artículo aquí: El Problema de Imagen de la Producción Ecológica).

Lo que me ha puesto en guardia es la magnitud del objetivo.

“…Más que triplicar las hectáreas y llegar a conseguir un 25% del total de las tierras de cultivo. O anualizado, con referencia fija a la base actual, un incremento del 33% anual para los próximos 10 años.”

Muchas veces os digo que este sector es de “oferta” y sí, si la producción está ahí se venderá y habrá una opción de desarrollar el concepto para atraer a más consumidores. La pega es que la apuesta es tremendamente fuerte. El incentivo público puede “dopar” las inversiones y podemos entrar en riesgo de burbuja.

¿Qué ocurrirá si tras transformar (en ciclos de al menos 3 años) las tierras de cultivo convencionales a ecológicas, no hay mercado?

A estas alturas, hasta el último de los agricultores que me lee ya tiene un escalofrío en la espalda.

Que ¿qué ocurre? Yo os lo cuento.

En nuestro sector las burbujas de oferta son habituales. Tan solo es necesaria una nueva variedad diferencial o una mejora técnica que fomente la productividad y otros agricultores se apuntaran a la “ola inmediatamente” (Sector sin barreras de entrada).

Tras lo cual se produce un proceso de commoditización ultrarrápido (sobreoferta, bajada de precios, indiferenciación, etc.) que termina por hacer explotar la burbuja. Un montón de agricultores salen dañados y abandonan el cultivo e incluso, muchos, se ven ahogados por unas deudas de las que difícilmente se recuperan.

En la producción ecológica ya hay un incentivo poderoso de mercado. La demanda va creciendo y todavía hay un premium de precio en muchos productos. Une el incentivo de mercado al incentivo subvencionador y saltan todas las alarmas.

Une a la situación la probable crisis económica con mercados deflactados, consumidores asustados y enseguida nos retrotraemos al impacto de la anterior crisis en los productos Premium (incluidos los ecológicos).

Claro, aún no conocemos los detalles. Y ya se sabe que el diablo está en los detalles. No sabemos cuál será el nuevo paquete de incentivos de la UE para la producción ecológica pero yo empiezo a ponerme “la tirita”.

Y es que la sostenibilidad no es sólo medioambiental, también debe ser económica y social.