Durante todo este verano hemos asistido a un espectáculo desalentador. El fuego ha dañado gravemente amplios espacios naturales en toda España. Y, una vez más, nos ha mandado a todos los que amamos la naturaleza a la silla de pensar.

Particularmente impactante fue la entrevista a un ganadero gallego (ver vídeo) que se hizo viral en las redes sociales tras su emisión en la televisión. Su visionado produce (al menos en mí) una reacción empática inmediata. El sufrido trabajador del campo, dolido por ver cómo su entorno se quema y se pierde irremediablemente. Esto, unido a la identificación inmediata del culpable: “los inútiles políticos y ecologistas de salón que nunca han pisado el campo”.

¡Cómo no compartir su desesperación! Cómo no desear que las cosas fueran diferentes y que el fuego no arrasara con nuestro patrimonio natural. Y sin embargo… en el fondo de mi cabeza inmediatamente surge la vocecita de alarma. Y me digo: “Un momento calmémonos”, “pongamos un poco de distancia emocional”, “apelemos a la razón aparte de a los sentimientos” ¿Seguro que la culpa es de tontos ecologistas y políticos?

Pero la verdad es que cuesta mucho poner esa distancia. Últimamente, todo se ha convertido en una trinchera. Ante cualquier problema grave ya no hay sutilezas. Te conminan a escoger equipo. ¿Tú con quien vas? Y si no lo haces y das la charleta “del análisis, la razón y las decisiones menos malas”, te crucifican ambos bandos.

Este es también el caso; así que, antes de seguir, he de aclarar que soy ecologista y agricultor. Pero si me forzáis a elegir equipo, soy, indudablemente, agricultor; y es posible que mi comprensión de los problemas complejos esté alterada por lo que considero mi identidad. A pesar de ello, estoy dispuesto a hacer el esfuerzo de desnudar el discurso de muchos de míos (agricultores y ganaderos) y empezar con las necesarias matizaciones.

Es evidente que hay un poso de discurso de barra de bar. El famoso “esto lo arreglaba yo en dos patadas” y la culpa siempre es de otro “que no sabe nada de campo”. Es palmario que hay una efusión emocional y, en ese plan, poco se puede hablar.

Eso sí, con el otro bando no sé cómo nos vamos a entender. Leer, durante esos días de infortunio, a organizaciones ecologistas culpar a los agricultores del 75% de los incendios con una estadística oficial manipulada y pedir la absoluta prohibición de actividades agrícolas, no deja mucho espacio para otra cosa que no sea el enfrentamiento.

Aun así vamos a ver si lo evitamos. Es evidente que hay problemas medioambientales graves. Es evidente que hay un proceso de cambio climático que hay tomar en consideración. Es evidente que se han cometido y se comenten graves excesos que dañan el medioambiente por parte de ganaderos, agricultores y, de manera general, por presión de la población humana en el medio natural.

Las posturas para la remediación y sostenibilidad parecen muchas veces completamente antagónicas entre agricultores y ecologistas. Y yo, mientras tanto, me debato a mí mismo dándoles la razón a unos y a otros en función del problema o las soluciones aportadas. Los matices de gris en un mundo en blanco y negro.

Tras mucho pensarlo, creo, que el enfrentamiento entre “equipo Agricultores” y “equipo Ecologistas” tiene mala pinta. Y la tiene por que parece haber un par de principios de base en los que no estamos de acuerdo de manera general. La definición de espacio natural y el papel de los humanos.

Vamos a por la definición de espacio natural o espacio digno de ser protegido.

El ecologismo más militante, no todos, aunque sí mayoritario, habla de restauración primigenia o protección del estado primigenio. Este es un concepto que me parece un grave error. No hay espacios en condiciones naturales primigenias y, además, no hay posibilidad de volver a un pretendido estado natural y ancestral de los espacios naturales. Me parece una visión romántica del discurso ecologista que daña las posibilidades reales de abordar cambios positivos para el futuro.

Ni siquiera en los amplios espacios protegidos de la inmensa África existe la posibilidad de preservar condiciones ecosistémicas naturales. El ámbito del ecosistema más cercano va a estar permanentemente alterado por su entorno. Si eso es así en África, imagina pensar que hay gente que cree que ese precioso monte con arboleda, de cualquier rincón de España, es un prístino entorno natural.

Ese precioso monte está más cerca de ser un jardín que un espacio natural. A lo largo del tiempo (desde la edad de los metales hasta ahora) ese monte anónimo ha “sufrido” diversos usos agrícolas y agroforestales y multitud intentos de restauración forestal. De hecho, la actual frecuencia del fenómeno del fuego no es más que la consecuencia de las elecciones de especies usadas en los diferentes intentos de reforestación del pasado.

Lo siento. No hay ni va a haber restauración primigenia de los espacios naturales. Aceptar lo contrario sería aceptar también el fenómeno del fuego. El fuego es un fenómeno ecosistémico si su origen es natural. El fuego descarta, en un efecto darwinista, a la flora susceptible y poco adaptada a climas secos. El fuego elimina del ecosistema la posibilidad de fuego posterior, generando un nuevo equilibrio e iniciando un nuevo proceso ecosistémico natural. Pero todo lo natural no es en sí mismo mejor. Una vez destruida la diversidad previa, y en medio de un cambio climático, pocas herramientas le quedan a la naturaleza para revertir procesos destructivos. El nuevo equilibrio ecosistémico natural es muy probable que no nos guste y que sea claramente empobrecedor.

Por supuesto, que habrá que seguir protegiendo y restringiendo, e incluso prohibiendo, actividades dañinas en el ámbito natural pero si se hace desde la apelación romántica a una vuelta a estados naturales inmaculados de un pretendido pasado idílico, no nos vamos a entender y volveremos a equivocarnos. No hay futuro en la prohibición que clama por el decrecimiento de la actividad económica en general y de agrícola y forestal en particular.

De hecho, la constatación de que no hay posibilidad de una vuelta atrás a un pasado ideal, nos lleva más a la zona del SÍ que a la zona del NO. Es decir, nos debe llevar más a la zona de “hacer cosas” en vez de ir más a la “zona de prohibir cosas”. Y, en ese caso, hemos de asumir que sabemos poco de cómo conseguir equilibrios ecosistémicos. Hay un déficit de conocimiento científico al respecto. Sabemos mucho de prácticas potencialmente dañinas pero poco de prácticas beneficiosas. Incluso en este último caso, parafraseando a David Deutsch, “cada nueva solución nos traerá nuevos problemas”. Como en el caso de la reforestación del siglo pasado, la elección de especies forestales de crecimiento rápido nos permitió atajar rápidamente (en unas pocas décadas) el desastre medioambiental anterior por la destrucción de los bosques pero nos trajo una masa forestal susceptible a los incendios.

Hemos de asumir, con humildad intelectual, que tenemos que andar un camino de búsqueda de un nuevo equilibrio ecosistémico que no va a venir sólo. Que las soluciones no están sólo en un sitio o en otro. Que la academia y el ecologismo tiene mucho que aprender de los agricultores y sus prácticas ancestrales exitosas pero también nosotros hemos de descartar prácticas claramente nocivas.

Aún así si me obligáis a elegir, me quedo con la postura agrícola. Creo que la postura agrícola está más cerca del éxito medioambiental. Sabe que está trabajando con un medio natural alterado y que son necesarias tareas para conseguir el equilibrio. El agricultor no tiene una visión romántica de lo que hace. Las decisiones que toma, en el medio que cuida y atiende, tienen una consecuencia sobre su propia supervivencia en el medio. Las consecuencias de sus errores y sus excesos las suele pagar en primera persona. Evidentemente, habría mucho que matizar, como por ejemplo cómo solucionamos el dilema de ”la tragedia de los comunes” con agua y otros recursos compartidos.

El papel del humano

Otro de los principios en los que parece que no hay ámbito de entendimiento entre ecologismos y agricultura es el papel que deben desarrollar los humanos. El ecologismo mayoritario es, abiertamente, antihumanista. Ven al animal humano como una plaga sistémica que hay que eliminar o alejar del entorno natural. Incluso en las conversaciones aparentemente constructivas está implícito que el problema somos nosotros, los humanos… “que nos lo vamos a cargar todo”.

Me niego a esta visión antihumana del ecologismo o el medioambientalismo. Los humanos somos la solución. Lo digo convencido desde una visión humanística de la vida pero también desde una perspectiva práctica. Sin una visión optimista no habrá una llamada efectiva a la acción. Todos estamos llamados a participar animosamente en un mundo mejor.

Arrinconar o expulsar a las poblaciones rurales no solo no beneficia al entorno natural, si no que lo degrada. El elemento humano y sus actividades son ya parte de un equilibrio que no puede sustituirse por otro enteramente natural previa extirpación de lo humano.

De hecho, esas poblaciones son los primeros guardianes del entorno. Los de pueblo nos enorgullecemos de la belleza de nuestros rincones y nos cabrean poderosamente los que lo ensucian y lo mancillan. La desesperación emocional del paisano gallego del video es un perfecto ejemplo. Hay dolor en su pérdida.

Esta implicación de lo humano ni siquiera habrá que forzarla, solo encauzarla. La visión ecologista de rechazo del factor humano en el ámbito natural, no tiene recorrido. No va a suceder. Cuanto mayor sea la prohibición, mayor será el daño. No podemos auto-eliminarnos y, por lo tanto, hemos de encontrar compatibilidad.

La famosa definición integral de la sostenibilidad aúna: una sostenibilidad medioambiental, una sostenibilidad económica y una sostenibilidad social. En el debate público medioambientalista duele que no aparezcan las dos últimas. No podremos conseguir los objetivos medioambientales sin ellas. Sólo las sociedades ricas han permitido que se produzcan avances de protección del medio. La importancia de lo económico no es baladí, como tampoco lo es lo social. En muchos países pobres, la extrema necesidad acaba en esquilmación del medio; y, por otro lado, las grandes confrontaciones sociales en sociedades polarizadas impiden avances reales.

Hoy, 9 de septiembre de 2022, día mundial de la agricultura, este es mi alegato en pro de nuestro sector con temor a ser malentendido, malinterpretado o linchado en esta plaza pública. Un abrazo a todos los sufridores del campo español y también a los ecologistas humanistas de bien.