La semana pasada saltaba la noticia. El Tribunal de Justicia de la UE anulaba el acuerdo por el que la UE y Marruecos liberalizaron su comercio de productos agrícolas y pesqueros.

Las reacciones se han sucedido rápidamente. Nuestros representantes sectoriales han reclamado la aplicación inmediata de la sentencia (lo cual, significaría el bloqueo de las importaciones) y se han escrito numerosos artículos de opinión en diversos medios, hasta culminar esta mañana con la constatación (previsible) del recurso que ha interpuesto el Consejo Europeo a la sentencia.

Me he resistido a emitir mi opinión porque es un tema muy polémico y las pasiones se desbordan fácilmente. De hecho, a nuestro admirado Tomás García Azcárate deben estar “pitándole los oídos” tras su artículo del fin de semana en la Revista Mercados  (A favor de seguir importando tomate marroquí). Pero después de lo escuchado y leído, creo que es mi obligación dejar claro algunas cuestiones al respecto.grunge-eu-flag

Pues bien, mi opinión sobre todo lo que está ocurriendo es, que: “mi opinión no vale nada”. Ni vale nada, la opinión de nuestros representantes sectoriales, ni siquiera la de nuestros parlamentarios en Europa.

Todo está decidido ya hace tiempo. La relación estratégica con Marruecos (y el resto de países ribereños del mediterráneo) es demasiado importante para Europa en términos globales.

Ya lo desgranaba Tomás García Azcárate en el artículo antes mencionado: apoyo a la democracia en la zona, control de la inmigración, control del narcotráfico, lucha contra el terrorismo y la trata de personas y un largo etcétera que incluye los intereses económicos de los sectores “realmente importantes” (Evidentemente esto es una ironía, pero me refiero a automóviles, finanzas, bienes de equipo e incluso alimentación procesada).

Nos podemos cabrear, si queremos, por ser un sector “menor” (el hortofrutícola) y habernos convertido en moneda de cambio con el resto de sectores y negociaciones pendientes de liberalización. Nos podemos cabrear con la globalización y sus efectos, pero nada va a cambiar.

De hecho, va a ir a peor y además muy rápidamente. Hay un tremendo interés en estabilizar la zona después de las fallidas “primaveras árabes”. Y adivinen qué actividad económica puede emplear rápidamente a miles de trabajadores de baja o nula cualificación (ahora que el turismo se retrae). En efecto, la hortofruticultura.

Se están destinando disposiciones presupuestarias para el desarrollo de la agricultura en estos países mediante el Banco Europeo de Desarrollo y otras herramientas financieras de apoyo de las que nadie habla.

Por tanto, si ya está todo decidido y somos claramente moneda de cambio en los próximos años, ¿qué podemos hacer?

A nuestros representantes políticos y sectoriales les pediría que centraran las reivindicaciones en dos temas fundamentales:

Medidas compensatorias transitorias para adaptar nuestras infraestructuras productivas a una nueva realidad mucho más competitiva. Con una justificación muy clara: «Si las decisiones políticas me cambian las reglas de juego durante el partido, denos un tiempo y compensación para afrontar el partido sin desventaja».

Reglas iguales para todos. Si los productos de países terceros van al mismo mercado (Europa) y para los mismos consumidores (los europeos) deben cultivarse con las mismas reglas que en Europa. Ej.: Si un pesticida no puede utilizarse en Europa tampoco debe ser utilizado en las producciones dirigidas a los europeos.

A mucha gente le sorprenderá saber que, especialmente, la última condición no se cumple. Y si además, ponemos sobre la mesa las condiciones fiscales, laborales, medioambientales, de uso del agua y demás temas medioambientales que un productor europeo ha de cumplir la discriminación del agricultor europeo resulta flagrante.

“Señores/as que mandan, por favor, trátennos como si no fuéramos europeos”.

Exigimos igualdad de trato para competir en igualdad de condiciones. Al menos eso…